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jueves, 15 de mayo de 2025

NEXUS: Una breve historia de las redes de información desde la edad de piedra hasta la IA.

NEXUS de YUVAL NOAH HARARI


PARTE I REDES HUMANAS.
4. Errores: la fantasía de la Infalibilidad. (Fragmento). 

LA ELABORACIÓN DE LA BIBLIA HEBREA.

Durante el primer milenio a. e. c., profetas, sacerdotes y estudiosos judíos produjeron una extensa colección de relatos, documentos, profecías, poemas, plegarias y crónicas. La Biblia como un único volumen sagrado no existía en tiempos bíblicos. El rey David o el profeta Isaías nunca vieron una copia de la Biblia.

De manera errónea, a veces se afirma que, de todas las que han llegado a nuestros días, la copia más antigua de la Biblia procede de los rollos del mar Muerto. Estos rollos son un conjunto de unos novecientos documentos escritos principalmente durante los dos últimos siglos a. e. c. y que se encontraron en varias cuevas en las inmediaciones de Qumrán, una aldea cercana al mar Muerto. La mayoría de los estudiosos cree que constituían el archivo de una secta judía que vivió cerca.

Es importante señalar que ninguno de los rollos contiene una copia de la Biblia y que ninguno indica que los veinticuatro libros del Antiguo Testamento se consideraran una base de datos única y completa. Algunos de los rollos sí que registran textos que en la actualidad forman parte de la Biblia canónica. Por ejemplo, diecinueve rollos y fragmentos de manuscritos conservan partes del libro del Génesis. Pero muchos registran textos que posteriormente fueron excluidos de la Biblia. Por ejemplo, más de veinte rollos y fragmentos conservan partes del libro de Enoc, un libro que se supone que escribió el patriarca Enoc, bisabuelo de Noé, y que contiene la historia de los ángeles y los demonios, así como una profecía sobre la llegada del Mesías. Al parecer, los judíos de Qumrán concedían gran importancia tanto al Génesis como a Enoc, y no consideraban que el Génesis fuera canónico y que Enoc fuera apócrifo. De hecho, hasta el día de hoy algunos judíos etíopes y algunas sectas cristianas consideran que Enoc forma parte de su canon.

Incluso los pergaminos que registran futuros textos canónicos difieren en ocasiones de la versión canónica actual. Por ejemplo, el texto canónico del Deuteronomio 32, 8 dice que Dios dividió los pueblos de la Tierra según «el número de hijos de Israel». En cambio, la versión registrada en los rollos del mar Muerto reza que fue según «el número de hijos de Dios», lo que implica un hecho bastante llamativo, y es que Dios tiene múltiples hijos. En el Deuteronomio 8, 6, el texto canónico insta a los fieles a temer a Dios, mientras que la versión de los rollos del mar Muerto les pide que amen a Dios. Algunas versiones ofrecen variaciones mucho más sustanciales que una sola palabra aquí o allí. Los pergaminos de los Salmos contienen salmos enteros que no forman parte de la Biblia canónica (en especial los salmos 151, 154 y 155).

De forma similar, la traducción más antigua de la Biblia —la Septuaginta griega, compuesta entre los siglos III y II a. e. c., se diferencia en muchos aspectos de la versión canónica posterior. Incluye, por ejemplo, los libros de Tobías, Judit, Sirac, Macabeos, la Sabiduría de Salomón, los Salmos de Salomón y el salmo 151. También contiene versiones más extensas de Daniel y Ester. Su libro de Jeremías es un 15 por ciento más breve que en la versión canónica. Finalmente, en Deuteronomio 32, 8, la mayoría de los manuscritos de la Septuaginta hablan de «hijos de Dios» o de «ángeles de Dios», y no de «hijos de Israel».

Se necesitaron siglos de debates minuciosos entre eruditos judíos —conocidos como rabinos— para racionalizar la base de datos canónica y decidir qué textos de los muchos que había en circulación formarían parte de la Biblia como palabra oficial de Yahveh y cuáles serían excluidos. Es probable que en la época de Jesús se hubiese alcanzado un acuerdo sobre la mayoría de los textos, pero incluso un siglo después había rabinos que seguían discutiendo si el Cantar de los Cantares debía formar parte del canon. Ciertos rabinos condenaban el texto como poesía amorosa secular, mientras que el rabino Akiva (m. el 135 e. c.) lo defendía como una creación del rey Salomón inspirada por la divinidad. Es bien sabido que Akiva dijo que «El Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos». Al parecer, para finales del siglo I e. c. se había alcanzado un consenso generalizado entre los rabinos judíos acerca de qué textos formaban parte del canon bíblico y cuáles no, pero los debates sobre este asunto, y sobre la redacción, el deletreo y la pronunciación precisos de cada texto no acabaron de resolverse hasta la era Masorética (del siglo VII al X e. c.).

Este proceso de canonización decidió que el Génesis era la palabra de Yahveh, pero que el libro de Enoc, la Vida de Adán y Eva y el Testamento de Abraham eran invenciones humanas. Los Salmos del rey David fueron canonizados (menos los salmos 151 a 155), pero los Salmos del rey Salomón, no. El libro de Malaquías obtuvo el sello de aprobación; el libro de Baruc, no. Crónicas, sí; Macabeos, no.

Resulta interesante que varios de los libros que se mencionan en la propia Biblia no consiguieran entrar en el canon. Por ejemplo, los libros de Josué y Samuel se refieren a un texto sagrado muy antiguo conocido como libro de Jaser (Josué 10, 13, II Samuel 1,18). El libro de Números se refiere al «libro de las Guerras de Yahveh» (Números 21, 14). Y, cuando II Crónicas valora el reinado del rey Salomón, concluye diciendo que «el resto de los hechos de Salomón, los primeros y los postreros, ¿no está escrito en los libros de Natán, profeta, en el de Ajías, silonita, y en las profecías de Ido, vidente, contra Jeroboam, hijo de Nabat?» (II Crónicas 9, 29). Los libros de Ido, Ajías y Natán, así como los libros de Jaser y las Guerras de Yahveh no se hallan en la Biblia canónica. Por lo visto, no fueron excluidos a propósito; simplemente se perdieron.

Con el canon cerrado, la mayoría de los judíos fueron olvidando el papel de las instituciones humanas en el complicado proceso de compilar la Biblia. La ortodoxia judía mantuvo que Dios en persona había legado a Moisés toda la primera parte de la Biblia, la Torá, en el monte Sinaí. Además, muchos rabinos adujeron que Dios creó la Torá en los mismos albores de los tiempos, de modo que incluso personajes bíblicos que vivieron antes de Moisés —como Noé y Adán— la leyeron y la estudiaron. El resto de las partes de la Biblia también llegaron a considerarse obra de la divinidad o un texto inspirado por ella, muy diferente de compilaciones humanas ordinarias. Una vez se cerrara el libro sagrado, se esperaba que los judíos tuvieran acceso directo a la palabra exacta de Yahveh, que ningún humano falible o institución corrupta podría borrar ni alterar.

Anticipándose en unos dos mil años a la idea de la cadena de bloques, los judíos empezaron a hacer numerosas copias del código sagrado, y se suponía que cada comunidad judía debía tener al menos una en su sinagoga o en su bet midrash (sala de estudios). Esto estaba destinado a alcanzar un doble objetivo. Primero, divulgar muchas copias del libro sagrado garantizaba una democratización de la religión y el establecimiento de unos límites estrictos al poder de posibles autócratas humanos. Mientras que los archivos de los faraones egipcios y de los reyes asirios otorgaban poder a la insondable burocracia real a expensas de las masas, el libro sagrado judío parecía conceder Poder a las masas, que ahora podían hacer que incluso el líder más descarado tuviese que responder ante las leyes de Dios.

Segundo, y más importante, poseer muchas copias del mismo libro impedía que el texto se manipulara. Si había miles de copias idénticas en numerosos lugares, cualquier intento de cambiar ni que fuera una única letra del código sangrado podría denunciarse fácilmente como un fraude. Con numerosas biblias disponibles en localidades distantes los judíos sustituyeron el despotismo humano por la soberanía divina. Ahora el orden social quedaba garantizado gracias a la tecnología infalible del libro. O eso parecía. (pp. 114-118)
 

LA BIBLIA DIVIDIDA

La descripción anterior de la canonización de la Biblia y de la creación de la Mishná y el Talmud pasa por alto un dato muy importante. El proceso de canonización de la palabra de Yahveh creó no una cadena de textos, sino varias cadenas en competencia. Había gente que creía en Yahveh, pero no en los rabinos. La mayoría de estos disidentes aceptaban el primer bloque de la cadena bíblica, al que llamaban Antiguo Testamento. Pero, ya antes de que los rabinos cerraran dicho bloque, los disidentes rechazaron la autoridad de la institución rabínica, lo que los condujo a un posterior rechazo de la Mishná y del Talmud. Estos disidentes eran los cristianos. 

Cuando surgió en el siglo I e. c., el cristianismo no era una religión unificada, sino más bien una serie de movimientos judíos que no estaban de acuerdo en muchas cosas, excepto en que todos consideraban que Jesucristo —y no la institución rabínica— ejercía como autoridad suprema sobre las palabras de Yahveh. Los cristianos aceptaban la divinidad de textos como el Génesis, Samuel e Isaías, pero aducían que los rabinos los interpretaban mal y que solo Jesús y sus discípulos conocían el verdadero significado de pasajes como «el Señor mismo os dará por eso la señal: he aquí que la virgen grávida da a luz, y le llama Emmanuel» (Isaías 7, 14). Los rabinos dijeron almah, que significa «mujer joven», Immanuel, que significa «Dios con nosotros» (en hebreo immanu quiere decir «con nosotros» y el significa «Dios»), y todo el pasaje se interpretó como una promesa divina de ayuda al pueblo judío en su lucha contra los imperios extranjeros y opresores. En contraste, los cristianos aducían que almah significaba «virgen», que Immanuel significaba que Dios nacería literalmente entre los humanos, y que esto profetizaba que el divino Jesús nacería de la Virgen María en la Tierra.

Sin embargo, al rechazar la autoridad de la institución rabínica y aceptar al mismo tiempo la posibilidad de nuevas revelaciones divinas, los cristianos abrieron las puertas al caos. En el siglo I e. c., y todavía más en los siglos II y III e. c., aparecieron diferentes cristianos cargados de interpretaciones radicalmente nuevas de libros como el Génesis e Isaías, así como de una plétora de nuevos mensajes de Dios. Puesto que rechazaban la autoridad de los rabinos, puesto que Jesús estaba muerto y no podía mediar entre ellos y puesto que todavía no existía una iglesia cristiana unificada, ¿Quién podía decidir qué interpretaciones y mensajes estaban inspirados por la divinidad?

Así, Juan no fue el único en describir el fin del mundo en su Apocalipsis (el libro de la Revelación). Tenemos muchos más apocalipsis de esta época; por ejemplo, el Apocalipsis de Pedro, el Apocalipsis de Jaime e incluso el Apocalipsis de Abraham. Y, en cuanto a la vida y las enseñanzas de Jesús, además de los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los primeros cristianos tenían el Evangelio de Pedro, el Evangelio de María, el Evangelio de la Verdad, el Evangelio del Salvador*s y otros varios. De modo similar, además de los Hechos de los Apóstoles, hubo al menos otra docena de Hechos, como los Hechos de Pedro y los Hechos de Andrés. Las cartas fueron todavía más prolíficas. La mayoría de las biblias actuales contienen catorce epístolas atribuidas a Pablo, tres atribuidas a Juan, dos a Pedro y una a Jaime y otra a Judas. Los antiguos cristianos estaban familiarizados no solo con las cartas paulinas adicionales (como la Epístola a los Laodicenses), sino con otras numerosas epístolas supuestamente escritas por otros discípulos y santos.

El hecho de que los cristianos compusieran cada vez más evangelios, epístolas, profecías, parábolas, plegarias y otros textos hizo difícil saber a cuáles prestar atención. Los cristianos necesitaban una institución que los clasificara. Así fue como se creó el Nuevo Testamento. Más o menos en la misma época en que los debates entre rabinos judíos producían la Mishná y el Talmud, los debates entre sacerdotes, obispos y teólogos cristianos produjeron el Nuevo Testamento.

En una carta del año 367 e. c., el obispo Atanasio de Alejandría recomendaba veintisiete textos que los fieles cristianos debían leer, una colección bastante ecléctica de relatos, cartas y profecías escritos por personas diferentes en épocas y lugares distintos. Atanasio recomendaba el Apocalipsis de Juan, pero no los de Pedro o Abraham. Aprobaba la Epístola de Pablo a los Gálatas, pero no la Epístola de Pablo a los Laodicenses. Aceptaba los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero rechazaba el Evangelio de Tomás y el Evangelio de la Verdad.

Una generación más tarde, en los concilios de Hipona (393) y Cartago (397), las reuniones de obispos y teólogos desembocaron en la canonización formal de esta lista de recomendaciones, que se conoció como Nuevo Testamento. Cuando los cristianos hablan de «la Biblia», se refieren al Antiguo Testamento y al Nuevo Testamento. En cambio, el judaísmo no aceptó nunca el Nuevo estamento y, cuando los judíos hablan de «la Biblia», se refieren solo al Antiguo Testamento, que se complementa con la Mishná y el Talmud.

Resulta interesante que, hasta el día de hoy, el hebreo carece de un término para describir el libro sagrado cristiano, que contiene el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El pensamiento judío los considera dos libros sin relación alguna y simplemente rechaza reconocer que pueda haber un único libro que los incluya a ambos, aunque tal vez se trate del libro más conocido del mundo.

Es fundamental señalar que los creadores del Nuevo Testamento no fueron los autores de los veintisiete textos que contiene; fueron sus compiladores. Debido a la escasez de evidencias del periodo, no podemos saber si la lista de textos de Atanasio refleja su criterio personal o si se originó a partir de pensadores cristianos anteriores. Lo que sí sabemos es que antes de los concilios de Hipona y Cartago había listas de recomendaciones rivales para los cristianos. A mediados del siglo II, Marción de Sinope codificó la más antigua de estas listas. El canon de Marción solo incluía el Evangelio de Lucas y diez epístolas de Pablo. Incluso estos once textos eran algo diferentes de las versiones que más tarde se canonizaron en Hipona y Cartago. O bien Marción desconocía textos como el Evangelio de Juan y el libro de la Revelación, o no los tenía en mucha estima.

El padre de la iglesia san Juan Crisóstomo, contemporáneo del obispo Atanasio, recomendó solo veintidós libros; dejó fuera de su lista II Pedro, II Juan, III Juan, Judas y Revelación. Todavía hoy, varias iglesias cristianas de Oriente Próximo siguen la lista reducida de Crisóstomo. La Iglesia armenia tardó unos mil años en decidirse sobre el libro de la Revelación, mientras que incluía en su canon la Tercera Epístola a los Corintios, que otras iglesias —entre ellas la católica y la protestante— consideran una falsificación. La Iglesia etíope suscribió al completo la lista de Atanasio, pero le añadió otros cuatro libros: Sínodos, el libro de Clemente, el libro de la Alianza y la Didascalia. Otras listas respaldaban las dos epístolas de Clemente, las visiones del Pastor de Hermas, la Epístola de Bernabé, el Apocalipsis de Pedro y varios textos más que no figuraban en la selección de Atanasio.

No conocemos las razones exactas por las que textos específicos fueron aceptados o rechazados por las diferentes iglesias, los concilios eclesiásticos y los padres de la Iglesia. Pero las consecuencias fueron trascendentales. Aunque las iglesias tomaron decisiones sobre los tex-tos, los propios textos moldearon las iglesias. Como ejemplo significativo, pensemos en el papel de las mujeres en la Iglesia. Algunos de los primeros líderes cristianos consideraban que las mujeres eran inferiores a los hombres desde el punto de vista intelectual y ético, y adujeron que las mujeres debían limitarse a ejercer papeles subordinados en la sociedad y en la comunidad cristiana. Estas opiniones se reflejaron en textos como la Primera Epístola a Timoteo.

En uno de sus pasajes, el texto, atribuido a san Pablo, afirma: «Que la mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, quien, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará al engendrar hijos si persevera en la fe, en la caridad y en la castidad, acompañada de la modestia» (2, 11-15). Pero varios eruditos modernos, así como algunos líderes cristianos antiguos como Marción, han considerado que esta carta es una falsificación del siglo II atribuida a san Pablo, pero escrita en realidad por otra persona.

En oposición a I Timoteo, durante los siglos II, II y IV e. c. hubo importantes textos cristianos que consideraban a las mujeres iguales a los hombres y que incluso autorizaban a mujeres a ocupar puestos de liderazgo, como el Evangelio de María» o los Hechos de Pablo y Tecla. Este último se escribió más o menos en la misma época que I Timoteo, y durante un tiempo fue muy popular.6 Narra las aventuras de san Pablo y de su discípula Tecla, y describe cómo Tecla no solo obró numerosos milagros, sino que se bautizó con sus propias manos y predicaba a menudo. Durante siglos, Tecla fue una de las santas cristianas más veneradas y se la vio como prueba de que las mujeres podían bautizar, predicar y dirigir comunidades cristianas.

Antes de los concilios de Hipona y Cartago, no estaba claro que I Timoteo tuviera más autoridad que los Hechos de Pablo y Tecla. Con la inclusión de I Timoteo en su lista de recomendaciones y el rechazo de los Hechos de Pablo y Tecla, los obispos y teólogos reunidos moldearon la concepción que los cristianos han tenido de las mujeres hasta nuestros días. Solo podemos conjeturar qué caminos habría seguido el cristianismo si el Nuevo Testamento hubiera incluido los Hechos de Pablo y Tecla en lugar de I Timoteo. Quizá, además de padres como Atanasio, la Iglesia hubiera tenido madres, mientras que la misoginia se habría considerado una herejía peligrosa que pervertía el mensaje de amor universal de Jesús.

Así como la mayoría de los judíos olvidaron que los rabinos habían compilado el Antiguo Testamento, la mayoría de los cristianos olvidaron que los concilios de la Iglesia compilaron el Nuevo Testamento, y simplemente terminaron por verlo como la palabra infalible de Dios. Pero, mientras se consideraba que el libro sagrado era la fuente suprema de autoridad, el proceso de compilación dejó el poder real en manos de la institución que lo componía. En el judaísmo, la canonización del Antiguo Testamento y de la Mishná fueron de la mano de la creación de la institución rabínica. En el cristianismo, la canonización del Nuevo Testamento fue de la mano de la creación de una Iglesia cristiana unificada. Los cristianos confiaban en los funcionarios eclesiásticos —como el obispo Atanasio— debido a lo que leían en el Nuevo Testamento, pero tenían fe en el Nuevo Testamento porque era lo que los obispos les decían que leyeran. La tentativa de conceder toda la autoridad a una tecnología sobrehumana infalible condujo a la aparición de una institución humana nueva y poderosísima, la Iglesia. (pp. 123-128)


Preguntas para reflexionar: 

  1. ¿Cómo cuestiona la diversidad de textos hallados en los rollos del mar Muerto la idea de un canon bíblico fijo y universal en el judaísmo antiguo? ¿Qué implicaciones tiene esto para entender la formación de la Biblia hebrea?
  2. ¿En qué medida influyeron las decisiones humanas, motivadas por criterios teológicos, políticos o sociales, en la selección de los textos del Nuevo Testamento, y cómo afecta esto a la autoridad y neutralidad doctrinal del canon cristiano actual?


Referencia: 

Harari, Y. (2024). NEXUS. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA. (J. Ros, Trad.). Penguin Random House Grupo Editorial. (Obra original publicada en 2024). 

miércoles, 27 de diciembre de 2023

LA ISLA DEL TESORO

 LA ISLA DEL TESORO de Robert Louis Stevenson

 Capítulo 1: El viejo lobo de mar en el Almirante Benbow (Fragmento).

Como el caballero Trelawney, el doctor Livesey y los demás ilustres me han pedido que escriba con todo detalle la historia de la isla del Tesoro, del principio al fin, sin reservarme nada más que la situación de la isla, y eso únicamente porque todavía queda allí parte del tesoro, tomo la pluma en el año de gracia de 17... y me remonto a la época en que mi padre regentaba la posada del Almirante Benbow, cuando buscó cobijo bajo nuestro techo un viejo marino de rostro curtido y marcado con la cicatriz de un sablazo.

Recuerdo como si fuera ayer cuando llegó jadeante a la puerta de la posada, seguido por alguien que transportaba su baúl de marino en una carretilla. Era un hombre alto, fuerte, corpulento, moreno de piel, con una coleta embreada que le caía sobre los hombros, por encima un capote sucio de un tono vagamente azul. 

Tenía las manos callosas y llenas de cicatrices; las uñas, rotas y sucias; y en la mejilla, una cicatriz de una herida de sable, de un tono blanco sucio y lívido. Recuerdo que se quedó contemplando la cala, silbando para sí, y entonó la vieja tonada marinera que tantas veces repetiría después: 

Quince hombres en el cofre del muerto
¡Ja, ja, ja, y una botella de ron!
 
Canturreaba con una voz cascada y vacilante, que parecía haberse afinado en las barras del cabrestante. Después golpeó la puerta con un bastoncillo similar a un espeque que llevaba y, cuando salió mi padre, le pidió con malos modales un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como un catador experto, saboreándolo, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en el letrero de la entrada de nuestra posada.



Referencia: 

Stevenson, R. (2002) La isla del tesoro. Casa editorial EL TIEMPO. Bogotá-Colombia. 

lunes, 3 de mayo de 2021

LIBRO: Los sacramentos de la vida (Educación Religiosa Escolar).

LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA
de LEONARDO BOFF

 


ORGANIZACIÓN PARA LA LECTURA:

Todos los grupos leen: "Cuando las cosas comienzan a hablar" (p. 5), "La narrativa: el lenguaje del sacramento" (p. 8-9).

GRUPO N° 1: "El Sacramento del vaso" (p. 10-13). 

GRUPO N° 2: "El Sacramento de la colilla" (p. 10-16).

GRUPO N° 3: "El Sacramento de la vela de navidad" (p. 20-23).

GRUPO N° 4: "El Sacramento de la historia de la vida" (p. 24-28).

GRUPO N° 5: "El Sacramento de la casa" (p. 33-36).

domingo, 8 de noviembre de 2020

LIBRO: EL ARTE DE LA FELICIDAD.

 LA BÚSQUEDA FELIZ

Juan David Beltrán Pérez
Colegio Champagnat Bogotá.

“Hoy he tenido suerte; he despertado y estoy vivo. Tengo esta vida valiosa 
y no la desperdiciaré” – Tenzin Gyatso.

Ahora mismo estoy escuchando la Sonata N.1 para violín de Johann Sebastian Bach. Una obra increíble en todos los sentidos, con emociones, colores y sabores incomparables. Para mí, es un pedacito del Reino Celestial: un metafísico viaje entre dimensiones que resulta en un estado de fruición total. ¿Qué es? Se siente como satisfacción, placer, tranquilidad y agitación al mismo tiempo, porque puede llamarse: felicidad.  

Como en esta ocasión, he experimentado la felicidad al igual que (ojalá) todos los seres vivos. Sin embargo, jamás he reparado en ella: está ahí sin estudiarse. Nos concentramos en las ocupaciones y devociones de la vida mientras ignoramos muchos aspectos beneficiosos. Es decepcionante reconocer que un concepto tan primitivo y común, lo tomemos por sentado – así lo hacemos con otros–. No obstante, un estimado profesor de Religión precisó en cavilar acerca del sentimiento que me provocan las fugas de Bach y demás cosas, mediante el libro “El Arte de la Felicidad”. 

La obra solo es un compendio de conversaciones entre un psicólogo y un hombre llamado Dalai Lama, cuya existencia me resbalaba. Aún así, el libro me ha provocado varias epifanías y ahora le agradezco enormemente al líder budista. Sus ideales son tan prácticos, elementales y a la vez tan profundos, que resulta asombroso deleitarse con unas parvas frases parafraseadas. 

En principio, el anciano sabio afirma que el propósito de vida es buscar la felicidad mediante la disciplina mental que supone. Entonces, durante toda la obra expone cómo alcanzar este sentimiento divino, los factores que la propician, los que no, los conceptos que mantienen relación y mucho más. 

Es interesantísimo razonar su veracidad: todos queremos la felicidad. Independientemente de nuestra opinión siempre es lógico asumir un deseo de vivir bien. Nadie lo negará. Sin embargo, es menester definir la felicidad para adentrarnos en su escrutinio. Por ello, el Dalai Lama apunta a varios componentes de la emoción, como presentar un estado mental sereno, paz y satisfacción interior, compasión, deseo útil, (in)dependencia de los demás, intimidad, salud, motivación, meditación, iluminación, entre otros. 

Sin embargo, el que más me ha impactado es el sufrimiento, un estado que consideramos antinatural, rechazable y acuciosamente eludible. El Dalai Lama cree todo lo contrario, sosteniendo su importancia a la hora de verlo como un factor de felicidad. Él piensa que en el sufrimiento moralizamos a los otros, llenando nuestros pensamientos y acciones de compasión. ¿Acaso estamos destinados a sufrir? ¿Acaso no nos habían prometido una vida de amor? ¿Por qué debemos pagar el alto precio de la felicidad? 

El argumento del sabio parece descabellado. ¿Cómo que nos está obligando a sufrir? No se preocupe porque la explicación es sencilla. Al sufrir, la tristeza invade el alma y el corazón se quema mientras la autoestima desaparece. No obstante, de esa flébil derrota nace una cascada de humildad, que lleva al altruismo, que lleva a la compasión, que lleva al humanismo, que lleva a la sana convivencia, que lleva al bienestar, que lleva a la felicidad. De esta manera, se aplica lo dicho por el maestro. 

Este libro es una guía espiritual para la senda de cada uno. Por ello, saco elementos de allí pero que a su vez me invitan a reflexionar y concluir los propios. En estos días he pensado (sí, lo he hecho) y me doy cuenta de un fenómeno repetitivo: hay balance. 

Seguramente me estoy enloqueciendo, pero creo firmemente que estamos en equilibro emocional, de alguna manera. Tenemos en igual éxitos y fracasos, la risa conlleva lágrimas, la tranquilidad indica estrés, la decepción sugiere amor, etc. Así, una gran felicidad se paga con un gran sufrimiento: ambos se complementan para lograr una ponderación absoluta. No es extraño que varias religiones orientales, indígenas hasta películas adopten el tema. 

Por otro lado, el componente humano de Dalai Lama merece reflexión. A través de sus fuentes de felicidad busca siempre recordarnos que todos somos seres humanos se deben comprender como iguales. El guía espiritual habla sobre amar a su enemigo, aceptar el cambio, mejorar sus relaciones sociales, practicar la paciencia, escuchar las opiniones y mucho más. Estos temas comparten algo en común: buscan paz. Un valor tan perdido que significa más que la ausencia de violencia, ya que se necesita de una confianza mutua y una total desmilitarización tanto física como espiritual. 

En diferente instancia se encuentra la herramienta propuesta para superar los obstáculos. Personalmente, jamás medito y me doy cuenta que debería hacerlo – las únicas meditaciones que he familiarizado son las de Massenet y Tchaikovsky–. Según el sabio, a través de esa abstracción se logra mirar al mundo de una forma distinta, abriendo el alma y permitiendo que la felicidad verdaderamente invada nuestra cotidianidad. Enseña técnicas que parecen ser útiles. 

Para concluir, quisiera destacar que la búsqueda de la felicidad no es tarea fácil. Es lindo sentarme escribir como todos los domingos una columna que invite a la reflexión, pero aplicar las ideas de Dalai Lama es complicado. Sin embargo, en medio

del balance y con mucha práctica, sé que es posible. Disfrutaré naturalmente lo que me hace feliz, las sonatas de Bach me seguirán alegrando el rato y quizás, algún día pueda alcanzar este estado mental. Lo sé…este libro es para leerlo repetidamente. Hasta una próxima ocasión. 


Juan David Beltrán P.
Noviembre 8, 2020

 

Si deseas leer más escritos del autor, puedes visitar su columna “Opinión E Incertidumbre”

martes, 30 de junio de 2020

LIBRO: EL BANQUETE.

EL BANQUETE O DEL AMOR DE PLATÓN

Título original: Συμπόσιον (Sympósion).
País: Antigua Atenas.
Género: Diálogo.
Idioma: Griego Antiguo.
Resumen: “Rememora una cena en la que se han dado cita un grupo de "comensales" para mantener un discurso franco sobre el amor y Eros. Están acompañados de música, bebidas, bailes y recitales. Eros es siempre traducido como amor, que tiene además sus propias variantes y ambigüedades que modifican la comprensión de Eros como el dios de la Antigua Grecia”. 


Introducción:
El libro de carácter dialógico, se sitúa en un típico banquete ateniense en la casa del poeta Agatón. Después, de una buena comida y haber realizado la libación a uno de los dioses olímpicos, a Dioniso (dios de la fertilidad y del vino)  hijo de Zeus y Sémele, continúan con la reunión, el encuentro o el simposio de especialistas de una materia para discutir o encomiar sobre el amor. El orden de los discursos es el siguiente: 

FEDRO: Tiene una teoría muy simple, por eso que Platón lo ubica como primer el primer discurso. El tema del amor no está puesto como un concepto o definición como tal; para Fedro es un dios "y el más antiguo de todos los dioses" que lo representa el dios Eros. Este personaje muestra estar indignado de que hasta aquel entonces ningún sofista hubiera compuesto un himno, alabanza o incluso un Peán en honor al dios Eros.

PAUSANIAS: En su discurso dice que hay dos Afroditas o dos Eros. El Eros de la Afrodita Pandemo (Vulgar), es el amor del cuerpo y, por tanto, no dura. Son aquellos hombres que aman lo corporal y que buscan lograr sus fines sin interesarse en el proceso. El Eros de la Afrodita Urania (Celesste), es un amor del alma y, por tanto, es duradero. Busca una relación permanente para la educación física y la filosofía así como educar a su amado en la sabiduría y el valor.

ERIXÍMACO: Este médico dice lo siguiente: El amor es armonía, es medicina. Es la unión de los contrario, entre lo húmedo y lo seco, lo dulce y lo amargo, lo bueno y malo. El amor reside en todos los seres. "Es preciso complacer a los hombres moderados y a los que están en camino de serlo, y fomentar su amor, el amor legítimo y celeste, el de la musa Urania. Pero respecto al amor vulgar, no se le debe favorecer sino con gran reserva y de modo que el placer que procure no pueda conducir al desorden. Cuando el amor se consagra al bien y se ajusta a la templanza y a la justicia, nos procura una felicidad perfecta".

ARISTÓFANES: "En un principio la naturaleza humana era distinta, había tres tipos de hombres: los dos sexos existentes, y otro compuesto por estos dos y llamado andrógino. Todos los hombres eran dobles. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino, y la luna el compuesto de estos dos. Como eran tan poderosos querían escalar al cielo a luchar contra los dioses, y por ello, Zeus los dividió en dos mitades. A partir de ahí, hacían esfuerzos por encontrar a su otra mitad, y cuando se encontraban no querían separarse la una de la otra. Los hombres que provienen de andróginos aman a las mujeres, y las mujeres a los hombres. Las mujeres que provienen de las mujeres primitivas, aman a las mujeres. Y los hombres que provienen de los hombres primitivos aman a los hombres. El amor es el deseo de encontrar esa mitad que nos falta".

AGATÓN: Eros es el más bello y mejor de los dioses. Es el más joven y siempre es joven. Es delicado. Fija su morada en los corazones y en las almas. Es sutil, justo y templado. Es un poeta tan entendido que convierte en poeta al que quiere.

SÓCRATES: Todo su discurso gira en torno a las palabras que lo cambiaron a él y su postura del amor. El encomio de Diotima de Mantinea. El amor es el amor de la belleza, luego el amor no puede ser bello. Y como lo bello es bueno, tampoco puede ser bueno. Como todos los dioses son bellos y buenos, Eros no puede ser un dios, pero tampoco es humano. Es un demonio. Los demonios son intérpretes y medianeros entre los dioses y los hombres, la adivinación procede de los demonios. Por una parte no es bello ni delicado, pero por otra parte está siempre a la pista de lo que es bello, varonil, atrevido, etc. Como la sabiduría es bella, ama la sabiduría, por tanto es filósofo. El amor consiste en querer poseer siempre lo bueno. El objeto del amor es la producción y generación de la belleza. Y también la inmortalidad es su objeto. El que quiere aspirar a este objeto desde joven, debe amar a los cuerpos bellos, pero debe amar a todos los cuerpos bellos, y además, debe considerar al belleza del alma como más importante que la belleza del cuerpo.

ALCIBIADES: En el banquete entra Alcibíades y habla sobre Sócrates, diciendo que es un sátiro burlón y descarado. Que se burla de todos haciéndose el ignorante. Que dice no saber nada pero que en él hay muchos tesoros. Enamorado de Sócrates, el entendió que era el amor. Desde el inicio le declaró el amor, pero el se retractó. Eso volvió loco a Alcibíades por Sócrates.

RESUMEN DEL LIBRO:



Conferencia de Darío Sztajnszrajber:

jueves, 23 de abril de 2020

TE CUENTO UN CUENTO.

DÍA DEL IDIOMA Y LA PREOCUPACIÓN — Steemit

DÍA MUNDIAL DEL LIBRO y LA PROPIEDAD INTELECTUAL (UNESCO).




Una mano que no estuvo cansada;
una imaginación que no estuvo callada…
Su diáfana locura por la escritura
dio vida al ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.
Esa es la mesura de Miguel de Cervantes Saavedra,
un lúcido amante por la literatura.
 
Michael Alexander Anamá, fms.
Bogotá D.C. (Colombia), 23 de abril de 2020.

LA HISTORIA DE OVA Y TATO 


Un jueves, Ova es despertada por su mamá para ir a la escuela. Enciende su computadora y se pone hacer sus guías de lectura enviadas por correo de su escuela. A veces, se pone a pensar lo triste que ha sido no ver a sus amigos ni tampoco a su maestra por culpa de un monstruo virus que ha llegado a su ciudad.

Ova reflexiona: “Mi mami es mi nueva profe, mi computadora mi nueva institución y mi patio donde juego con mi mamá “just dance”, es el bello parque que tiene mi escuela”.
 
Cuando Ova termina su clase diaria, se comunica con su primo llamado Tato. Insistentemente su primo hace mil preguntas: -¡Hola! ¿cuánto tiempo sin vernos?, ¿Cómo te va?, ya quiero volver a la escuela, ¿Qué estás haciendo?, ¿Has visto a Nimbo por ahí? 
 
- Tranquilo Tato. Me encuentro muy bien. Todos estamos aprendiendo en casa con nuestra nueva escuela la computadora, para librarnos del monstruo virus o como tú lo llamas… Nimbo. -responde Ova.
 
- Pues yo no lo he visto, dice que es un animal muy grande y poderoso y que mata a mucha gente. -Comenta Tato.
 
Su prima Ova responde: -No es un animal grande Tato. Los científicos lo llaman Coronavirus y su apodo es Covid19, él es pequeño, pero crea problemas muy grandes. Tiene muchos primos y hermanos virus que atacan a todos los niños y adultos. A Coronavirus no le gusta que lo confundan con una gripa, porque siendo muy popular es muy contagioso y pegajoso. Este virus salió del continente asiático, pasó por Europa, África, Australia y ahora está aquí en América.

- ¡Que miedo!, yo no quiero que Nimbo venga a mi casa. – Dice Tato. - No te preocupes, las personas como nosotros somos inteligentes y ahora Coronavirus tiene mucho miedo y está perdiendo sus poderes. – Responde Ova.

Tato, pregunta nuevamente: -pero… ¿por qué está perdiendo sus poderes? Ova dice: -Porque los niños y adultos se lavan las manos 5 veces al día; porque hay familias en cuarentena; porque cuando mis papás salen a comprar, usan tapabocas. Hay muchas acciones para acabar con el monstruo virus. Si queremos salir, debemos cuidarnos y protegernos mucho.

- ¡Es hora de almorzar! La voz de la mamá de Ova la llama a comer. Tato sintiéndose más tranquilo se despide de su prima, esperando algún día, volver a juntarse y no por celular… porque el saludo y el abrazo te hace más feliz. 

“Colorín, colorado, este cuento se ha acabado, si te lavas las manos, mañana estarás sano”.


Michael Alexander Anamá, fms.
Catalina Ortíz Cabrera.
Universidad de La Salle I Bogotá.

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