LA
ISLA DEL TESORO de Robert Louis Stevenson
Capítulo 1: El viejo lobo de mar en el Almirante Benbow (Fragmento).
Como el caballero Trelawney, el doctor
Livesey y los demás ilustres me han pedido que escriba con todo detalle la
historia de la isla del Tesoro, del principio al fin, sin reservarme nada más
que la situación de la isla, y eso únicamente porque todavía queda allí parte
del tesoro, tomo la pluma en el año de gracia de 17... y me remonto a la época
en que mi padre regentaba la posada del Almirante Benbow, cuando buscó cobijo
bajo nuestro techo un viejo marino de rostro curtido y marcado con la cicatriz
de un sablazo.
Recuerdo como si fuera ayer cuando
llegó jadeante a la puerta de la posada, seguido por alguien que transportaba
su baúl de marino en una carretilla. Era un hombre alto, fuerte, corpulento,
moreno de piel, con una coleta embreada que le caía sobre los hombros, por
encima un capote sucio de un tono vagamente azul.
Tenía las manos callosas y llenas de
cicatrices; las uñas, rotas y sucias; y en la mejilla, una cicatriz de una
herida de sable, de un tono blanco sucio y lívido. Recuerdo que se quedó
contemplando la cala, silbando para sí, y entonó la vieja tonada marinera que
tantas veces repetiría después:
Quince hombres en el cofre del muerto
¡Ja, ja, ja, y una botella de ron!
Canturreaba con una voz cascada y
vacilante, que parecía haberse afinado en las barras del cabrestante. Después
golpeó la puerta con un bastoncillo similar a un espeque que llevaba y, cuando
salió mi padre, le pidió con malos modales un vaso de ron. Cuando se lo
trajeron, lo bebió despacio, como un catador experto, saboreándolo, y sin dejar
de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en el letrero de la
entrada de nuestra posada.
Referencia:
Stevenson, R. (2002) La isla del tesoro. Casa editorial EL TIEMPO. Bogotá-Colombia.
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