¿SOY CRISTIANO, CATÓLICO, APOSTÓLICO Y ROMANO?
Juan
David Beltrán Pérez
Colegio Champagnat Bogotá.
Desde que empezó la pandemia
cada vez me interesa más esta especie, de la cual hago parte. Somos individuos
altamente curiosos y dignos de estudio, con costumbres lo suficientemente
extrañas para ser diferenciados e incluso para no sentirnos pertenecientes al
reino Animalia. Uno de aquellos aspectos es la espiritualidad interna y social,
característica consubstancial que no requiere de un análisis sostenido para
notar su enérgico impacto en la vida cotidiana e histórica, más aún, cuando en
tiempos desoladores nos aferramos a nuestra religión, implorando una solución a
la realidad. Hoy, tomaré el caso de una religión cuya figura es la más
controversial y polémica de toda la historia.
Yo me pregunto: ¿Cómo fue que
un judío palestino, dividió el tiempo histórico y el calendario? ¿Un hombre que
sin tomar acciones militares ni políticas, logró ser más importante que miles
de generales, dirigentes, o personas en general? Y lo más crucial ¿en qué nos
concierne?
Para responder a los
interrogantes es prudente revisar el contexto del Mesías, una sociedad antigua
en la que el Imperio Romano oprimía como todo buen totalitarismo, los extremos
sociales se veían exagerados, la agricultura se constituía como una actividad
importante y las injusticias afloraban por doquier –por alguna razón eso me
suena familiar- Sin embargo, difiere su paradigma en cuanto a la nula
existencia de pluralidad o multiculturalidad, ergo la diversidad religiosa no
era muy aceptada. Es ahí en donde llega Jesús, un salvador para muchos y para
otros un opio social.
Ahora bien, el mensaje de
Cristo se puede interpretar de múltiples maneras, llegando a ser
contraproducente. En principio, se nota en los Evangelios el claro cambio de mentalidad;
una buena noticia y un Reino de Dios cuya única finalidad es la de regocijarnos
en aquellos valores que tanto deseamos. Amor, compasión, paz, ternura, tranquilidad,
etc... Se oye hermosamente utópico, pero detengámonos a pensar: ¿cómo sería un
mundo en donde nada de lo mencionado existiera? ¿acaso la historia de la
civilización sería más frívola de lo que ya es?
Puede que todo hubiere sido
más horrible de lo que ya fue, y allí entonces, la religión es necesaria debido
a su nexo con una dimensión personal, en la que cada ser interioriza la fe como
método de regocijo, de confianza y de paz. Es esta, una finalidad común de
muchas (por no decir, todas) las religiones del mundo: ayudar a la persona a encontrarse
consigo misma y discernir su sentido de vida, su propósito
y camino espiritual. Sin embargo, el cristianismo se presta para otra interpretación:
por ejemplo, Nietzsche objeta que su contenido sólo se basa en la esperanza, en
la buena vida que llegará, en amar a tu prójimo y se queda en enredijos para
nunca aceptar la realidad, escapando de las dificultades de la existencia.
Es cierto, no todo es tan
lindo. Durante la Antigüedad tardía y las Edades Media y Moderna, la religión
católica se expandió exponencialmente, llegando a tener más feligreses que
cualquier otra. Las formas gubernamentales, tanto como dictaduras como
democracias, formaron un nexo estrecho con la Iglesia, siendo la religión muchas
veces impuesta a los ciudadanos. Los altos miembros cometieron acciones terribles:
el conocimiento eclesiástico fue limitado al no dejar traducir la Biblia, mucha
violencia, poder embriagante, negligencia, corrupción, inquisición, escándalos,
&c. ¿Es esta la Iglesia que Jesucristo quería? No. ¿Acaso se olvidaron de
su intención? Sí...o probablemente no ¡y fue entonces descaro! Para fortuna de
la humanidad, hoy en día son mayoría las naciones que aceptan la libertad de
culto y muestran una “laicidad sana”, como diría el Papa Benedicto XVI.
Todo esto me lleva a
reflexionar y a recapacitar sobre mi concepción cristiana. Si bien es cierto
que tal vez nunca alcanzaremos a comprender el reino de Dios, creamos o no, sea
verdad o mentira, ¿Qué podría ser mejor que manteniendo la confianza en un
Salvador, en uno mismo, o en cualquier cosa, logremos nuestras metas y vivamos
felices? Aunque suene irreal, sin fundamento científico y con tergiversaciones horribles
a lo largo de la historia, sería preciso valorar la interpretación colectiva e individual
del cristianismo, respetando nuestra fe y sacando lo mejor de las corrientes
religiosas. ¿De qué sirve repudiar a otro por sus ideales extraños? ¿De qué sirve
culpar a una divinidad por nuestros errores? Es absurdo. Mi recomendación, sacarle
lo bueno a las doctrinas cristianas, paganas y ateas, tolerando al otro,
dejando de juzgar mientras nos aferramos a un mensaje esperanzador o
desesperanzador, porque así y solo así, cambiaremos nuestra cruda realidad. Me
despido, deseándoles lo mejor.
ESQUIRLAS: Recuerden que “coronavirus”
no es sinónimo de “cuarentena” y viceversa, así que no se relajen todavía,
puesto que la crisis sigue.
Juan
David Beltrán P.
6 de
septiembre 2020.
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