El Sanador
Andábamos sedientos, agitados por
batallas
de esas que te gastan por dentro
éramos los tibios, los desalmados,
los insensibles.
Llevábamos puñales en los pliegues de
la vida,
para conquistar, por la fuerza,
cada parcela de nuestra historia.
Conjugábamos la queja con la insidia,
sospechando unos de otros.
Ocultábamos las heridas
para no mostrar debilidad.
Alguien, un día, habló de ti.
Prometías paz, sanación, encuentro.
La promesa despertó anhelos.
Queríamos creerlo.
Salimos a buscarte.
Al encontrarte deshiciste los nudos que
nos retorcían.
Destapaste las trampas
Sembraste optimismo,
gratitud, misericordia.
Y ahora somos nosotros
los portadores de un fuego
que ha de encender otros fuegos,
para iluminar, el mundo con tu
evangelio.
José María R. Olaizola, sj.
Programa de Licenciatura de Educación Religiosa Escolar