domingo, 29 de noviembre de 2020

CANCIÓN: VIVIR

VIVIR

(Colegio Mayor P. José Kentenich)

Vivir de verdad,
es aceptar quien eres en verdad.
Vivir de verdad,
es mostrarte tal como eres en verdad.
 
Vivir no es dudar,
es saber aprovechar tu libertad.
Vivir tampoco es escapar,
es más bien saber dejarse ganar.
 
Vivir es confiar,
en que siempre puedes volver a empezar.
Vivir es sentir,
cada emoción de tu corazón.
 
Vivir, quiero vivir.
Amar, llorar, reír, sufrir, cantar.
Y no dejar que se me imponga
lo que debo sentir.
Y así liberar al corazón
que quiere latir, que quiere sentir,
que quiere vivir.
 
Vivir no es callar,
más bien es enfrentar la verdad,
y con valor expresar,
lo que sientes en tu alma.
 
Vivir es amar,
y dejar que te amen sin tu aparentar,
y es sufrir con los demás
lo complejo de nuestra humanidad.
 
Vivir al final,
es dejar que Dios transforme tu existir.
Y creer en realidad,
que tienes una gran vida para compartir.

domingo, 8 de noviembre de 2020

LIBRO: EL ARTE DE LA FELICIDAD.

 LA BÚSQUEDA FELIZ

Juan David Beltrán Pérez
Colegio Champagnat Bogotá.

“Hoy he tenido suerte; he despertado y estoy vivo. Tengo esta vida valiosa 
y no la desperdiciaré” – Tenzin Gyatso.

Ahora mismo estoy escuchando la Sonata N.1 para violín de Johann Sebastian Bach. Una obra increíble en todos los sentidos, con emociones, colores y sabores incomparables. Para mí, es un pedacito del Reino Celestial: un metafísico viaje entre dimensiones que resulta en un estado de fruición total. ¿Qué es? Se siente como satisfacción, placer, tranquilidad y agitación al mismo tiempo, porque puede llamarse: felicidad.  

Como en esta ocasión, he experimentado la felicidad al igual que (ojalá) todos los seres vivos. Sin embargo, jamás he reparado en ella: está ahí sin estudiarse. Nos concentramos en las ocupaciones y devociones de la vida mientras ignoramos muchos aspectos beneficiosos. Es decepcionante reconocer que un concepto tan primitivo y común, lo tomemos por sentado – así lo hacemos con otros–. No obstante, un estimado profesor de Religión precisó en cavilar acerca del sentimiento que me provocan las fugas de Bach y demás cosas, mediante el libro “El Arte de la Felicidad”. 

La obra solo es un compendio de conversaciones entre un psicólogo y un hombre llamado Dalai Lama, cuya existencia me resbalaba. Aún así, el libro me ha provocado varias epifanías y ahora le agradezco enormemente al líder budista. Sus ideales son tan prácticos, elementales y a la vez tan profundos, que resulta asombroso deleitarse con unas parvas frases parafraseadas. 

En principio, el anciano sabio afirma que el propósito de vida es buscar la felicidad mediante la disciplina mental que supone. Entonces, durante toda la obra expone cómo alcanzar este sentimiento divino, los factores que la propician, los que no, los conceptos que mantienen relación y mucho más. 

Es interesantísimo razonar su veracidad: todos queremos la felicidad. Independientemente de nuestra opinión siempre es lógico asumir un deseo de vivir bien. Nadie lo negará. Sin embargo, es menester definir la felicidad para adentrarnos en su escrutinio. Por ello, el Dalai Lama apunta a varios componentes de la emoción, como presentar un estado mental sereno, paz y satisfacción interior, compasión, deseo útil, (in)dependencia de los demás, intimidad, salud, motivación, meditación, iluminación, entre otros. 

Sin embargo, el que más me ha impactado es el sufrimiento, un estado que consideramos antinatural, rechazable y acuciosamente eludible. El Dalai Lama cree todo lo contrario, sosteniendo su importancia a la hora de verlo como un factor de felicidad. Él piensa que en el sufrimiento moralizamos a los otros, llenando nuestros pensamientos y acciones de compasión. ¿Acaso estamos destinados a sufrir? ¿Acaso no nos habían prometido una vida de amor? ¿Por qué debemos pagar el alto precio de la felicidad? 

El argumento del sabio parece descabellado. ¿Cómo que nos está obligando a sufrir? No se preocupe porque la explicación es sencilla. Al sufrir, la tristeza invade el alma y el corazón se quema mientras la autoestima desaparece. No obstante, de esa flébil derrota nace una cascada de humildad, que lleva al altruismo, que lleva a la compasión, que lleva al humanismo, que lleva a la sana convivencia, que lleva al bienestar, que lleva a la felicidad. De esta manera, se aplica lo dicho por el maestro. 

Este libro es una guía espiritual para la senda de cada uno. Por ello, saco elementos de allí pero que a su vez me invitan a reflexionar y concluir los propios. En estos días he pensado (sí, lo he hecho) y me doy cuenta de un fenómeno repetitivo: hay balance. 

Seguramente me estoy enloqueciendo, pero creo firmemente que estamos en equilibro emocional, de alguna manera. Tenemos en igual éxitos y fracasos, la risa conlleva lágrimas, la tranquilidad indica estrés, la decepción sugiere amor, etc. Así, una gran felicidad se paga con un gran sufrimiento: ambos se complementan para lograr una ponderación absoluta. No es extraño que varias religiones orientales, indígenas hasta películas adopten el tema. 

Por otro lado, el componente humano de Dalai Lama merece reflexión. A través de sus fuentes de felicidad busca siempre recordarnos que todos somos seres humanos se deben comprender como iguales. El guía espiritual habla sobre amar a su enemigo, aceptar el cambio, mejorar sus relaciones sociales, practicar la paciencia, escuchar las opiniones y mucho más. Estos temas comparten algo en común: buscan paz. Un valor tan perdido que significa más que la ausencia de violencia, ya que se necesita de una confianza mutua y una total desmilitarización tanto física como espiritual. 

En diferente instancia se encuentra la herramienta propuesta para superar los obstáculos. Personalmente, jamás medito y me doy cuenta que debería hacerlo – las únicas meditaciones que he familiarizado son las de Massenet y Tchaikovsky–. Según el sabio, a través de esa abstracción se logra mirar al mundo de una forma distinta, abriendo el alma y permitiendo que la felicidad verdaderamente invada nuestra cotidianidad. Enseña técnicas que parecen ser útiles. 

Para concluir, quisiera destacar que la búsqueda de la felicidad no es tarea fácil. Es lindo sentarme escribir como todos los domingos una columna que invite a la reflexión, pero aplicar las ideas de Dalai Lama es complicado. Sin embargo, en medio

del balance y con mucha práctica, sé que es posible. Disfrutaré naturalmente lo que me hace feliz, las sonatas de Bach me seguirán alegrando el rato y quizás, algún día pueda alcanzar este estado mental. Lo sé…este libro es para leerlo repetidamente. Hasta una próxima ocasión. 


Juan David Beltrán P.
Noviembre 8, 2020

 

Si deseas leer más escritos del autor, puedes visitar su columna “Opinión E Incertidumbre”

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